La escuela: la última frontera


“Caballito de batalla” de todos los políticos en tiempos de elecciones y “último orejón del tarro” en tiempos ordinarios, la escuela se ha vuelto el último bastión del proyecto moderno, a la vez que la última frontera de la civilización frente al conflicto permanente de deseos e intereses de los sujetos contemporáneos. 

A lo largo de los siglos, pensadores de distintos signos, y con ideas muchas veces radicalmente opuestas, fueron capaces de vislumbrar y comprender que la educación es fundamental para toda sociedad humana. Sin ella es imposible pensar en algo tan elemental como la convivencia. Ni que hablar, entonces, de los ideales propios de cada cultura y civilización que se reproducen por medio de la educación. 

Hasta al más lego de todos le resulta evidente que la educación, y en consecuencia la escuela, es primordial para la sociedad humana. Es desde la educación que se aprende que, para poder vivir pacíficamente con otros, existen límites, normas, orden, autoridad, y todos los valores que subyacen a la vida social y democrática. Sin reconocimiento del otro y sus derechos, sin noción de las obligaciones que cada uno tiene por vivir en una sociedad junto a otros, todas cuestiones que se aprenden en la escuela, la fecha de caducidad de la sociedad y la cultura contemporánea están próximas. 

En la teoría queda muy lindo alivianar, licuefaccionar, adelgazar, disolver… pero en la práctica tenemos crisis de sentido, crisis institucional, hedonismo extremista y egoísmo supino, donde el otro, si es que se lo reconoce, es sólo un medio para obtener algún beneficio o un estorbo a ser, en el mejor de los casos, corrido a un costado. 

Aquello que en otros tiempos hacía la familia, supuestamente célula básica y primera escuela, de la que si hiciéramos un diagnóstico tendríamos un panorama bastante acertado de la sociedad en la que vivimos y nos movemos, ha sido inexorablemente delegado al Estado, y en consecuencia, a la educación, a la escuela, ya que el Estado ha de estar donde la sociedad lo necesita y ella misma no da respuesta. 

La comúnmente llamada función de “socialización” de la escuela se ha convertido en la última frontera. Y es la sociedad como una gigantesca obra de arte contemporáneo, caótica, sin límites ni orden alguno, monológica, hedonista y verborrágica, multimórfica, relativista y egocéntrica, cuyo horizonte es la comodidad y el beneficio propio de cada individuo fragmentado. Esto es lo que recibe la escuela tratando de mostrar que, para poder convivir con otros son necesarios en igual medida tanto los derechos como las obligaciones. 

¡¡¡Idílica época aquella en que la escuela sólo enseñaba contenidos!!! La educación se ha reducido a defender esta última frontera, la del aprendizaje de la convivencia, algo tan básico como esto. Los docentes deben trabajar los hábitos más esenciales...
...de nuestra cultura. Y hablan de valores, capacidades, metodologías, nuevas tecnologías, cuando los seres humanos que ingresan a las aulas no saben ni saludar, no reconocen al otro, no tienen noción de límite, y ni hablar de orden. No digamos nada de la dimensión afectiva.

La escuela se ha convertido en la última frontera, no ya como instrumento de promoción humana sino como último fusible de una sociedad que está enferma, que se encuentra en crisis y que no puede vislumbrar una salida. Seguramente la salida sea la educación. Pero si como sociedad seguimos entendiendo a la escuela como una guardería, como un deposito de niños y jóvenes, como una tarea sin valor alguna, como un gasto inútil y una pérdida de tiempo, como algo que puede hacer cualquiera que tenga un poco de buena voluntad, como un poliservicio asistencialista, no encontraremos la salida. Si como sociedad no valoramos la tarea docente, reconociéndola como tal, si aquellos que tienen el poder de decisión no comprenden que sin escuela nos sumergiremos, no ya en la ignorancia, sino en la ignorancia sin valores, en otras palabras, en el conflicto y la lucha continua por los derechos propios desconociendo a los otros, no saldremos de esta. 

Lo discursivo está muy bonito, pero ya va siendo hora que reconozcamos que en la realidad las cosas son diferentes. La escuela se está cansando de ser la última frontera, el dique de contención de una sociedad que está cada vez más violenta, el fusible que impide que la sociedad se desmadre, el chivo expiatorio de todos los males que le aquejan a la sociedad y el hilo más fino que se corta en todos los presupuestos. Cuando comprendamos esto, recién ahí comenzará, tal vez, el cambio.


Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Jean-Paul Sartre, ser-en-sí y ser-para-sí

Agora (2009). Filosofía, religión y género.

El "ser para la muerte" en la filosofía de Martín Heidegger